FIN DE GIRA (ESPAÑA)
Calamaro, superhéroe del rock

Casi diez años después -faltaban 365 días-, en algún lugar próximo al último en que se le vio por aquí, un Calamaro distinto de aquel que en el noventa y nueve derrochó lisergias y rock sin adjetivar en la plaza de toros, pero casi igual en su presencia escénica, logró que algo se incendiara en las pistas de San Lázaro para delirio de 4.000 rendidos espectadores en este último concierto de las fiestas de San Mateo.
El ovetense Pablo Valdés estuvo a la altura de las circunstancias con un público bastante entregado. «Mañana (por hoy) no vamos a salir en la prensa, así que necesitamos que lo contéis vosotros», recitó, asumiendo así tanto su condición de telonero como las necesidades de un solista con banda de rock.
Un cuarto de hora después, en torno a las once de la noche, Calamaro y sus chicos salieron al escenario con un «Salmón» a capella, para enlazar a renglón seguido con la versión en eléctrico. Andrés saltó al escenario con foulard y traje de etiqueta para concierto de rock. Un atril ante su micro, ligeramente iluminado, le daba un aire de director de orquesta. Pero con arrestos suficientes para dejar claro desde el primer momento que iba a ser una gran noche de rock and roll.
La ligera ronquera, como en el caso de Valdés, no hizo más que mejorar el tono de la voz del cantante. Con una banda a la altura de las circunstancias formada por Julián Kanevsky, Diego García y Geny Galo Avelló, a las guitarras; Tito Dávila, sentado a los teclados; el gran Candy «Caramelo», al bajo, y El «Niño» Bruno, a la batería; el loco Andrés se marcó un concierto entregado y apasionado. Venía rodado. Ayer mismo había hecho Madrid. Y eso pareció auparle aún más en su energía escénica.
Siguieron algunas de las mejores composiciones de su último trabajo, «La lengua popular», como «Los chicos» o «Mi gin tonic», aunque no faltaron desde el principio los recuerdos a su etapa al lado de «Los Rodríguez» ni sus maravillosas estrofas de sus años de fin de milenio, con abundancia de canciones del definitivo «Honestidad brutal». El público celebró cada una de estas composiciones como un regalo único e irrepetible. No eran demasiado jóvenes, pero entre el respetable el abanico de edad era suficientemente amplio.
Fue un concierto largo, en familia, pero muy intenso. También con momentos reposados, de tango argentino, con sus grandes éxitos y sus invitados como el celebre Jaime Urrutia.
La Dama y el León
(Por Pablo Burraco, amigo y compañero Salmón.)
Aún ajenos a horóscopos y a coincidencias lunares, podemos definir a Andrés Calamaro como león en peligro de explosión, como una especie que muerde las palabras, las desmenuza, para luego ordenarlas y exponerlas suaves y armoniosas, al servicio de cualquier oído de la calle, incluso de las damas de palacio para el que león ofrecía su violento show.
No fue menos en MetroRock, un continuo silabeo, un contacto "tu-conmigo", con los presentes, un quiebro al aire en cada estribillo bailable, disfrutando de su propio momento, de cada melodía que algún día compuso y que en Madrid estaba mostrando con grito presente. La mezcla de gustos que tiene lugar en los festivales muchas veces da lugar a opiniones dispares, a manifestaciones de incredulidad, a miradas perdidas durante determinadas actuaciones...nada de eso, por lo exitante y la fuerza del mismo, se pudo ver el sábado en Madrid, se notaba en cada gesto de los allí presentes.
Honesto a su forma de entender lo que un artista debe de aportar subido en un escenario no se limitó a interpretar un resumen de su repertorio habitual, aún a sabiendas que se trataba de un festival y, con el empuje de ser cabeza de cartel, abrió su gabardina de "emociones para regalar" y la mantuvo sin cerrar hasta las 2 horas después del comienzo del espectáculo.
Elegante de principio a fin, el león no se marchó solamente rugiendo sino que demostró clase, temple y maestría, besando el mismo suelo donde los míticos Siniestro Total habían recordado quienes eran (y son) y donde la alegría y la fiesta de Los Delincuentes estaba por aparecer, un quite de sombrero, de él para todos, y de nosotros (todos) para él, un triunfo de y para el rockandroll.
Fuente: El País