
La escena es surrealista. Por un solapamiento de entrevistas de promoción, la habitación de Andrés Calamaro en el céntrico hotel de las Letras de Madrid está abarrotada. Dos periodistas, dos fotógrafos, la novia de uno de los periodistas –que le acompaña en condición de groupie–, el representante del cantante... En mitad del desaguisado, a Calamaro sólo le preocupa el mate. “El agua todavía está hirviendo, luego nos tomamos uno fresquito”, propone el argentino, mientras recorre de forma epiléptica la habitación, sorteando a los presentes. Más que la escena de una entrevista, parece una reunión de colegas. “¿Os apetece escuchar mi nuevo disco?”, suelta Calamaro con su peculiar acento, no argentino, sino de estrella del rock argentina. Sin esperar la respuesta, rebusca en el interior de una voluminosa maleta roja, de la que extrae un reproductor de MP3 y unos altavoces. Los tira sobre la cama como si fuera un peluche y vuelve a darle un sorbo al mate. En ese instante, ya solos en la habitación, el cantante parece percatarse de que debe sentarse para comenzar la entrevista. Se acerca, se sienta, ofrece mate... Y vuelve a levantarse. Bien, tendrá que ser así.
Es la primera vez que pruebo el mate.
¿En serio? Desde luego, no conocer el mate es como si yo no conociera la tortilla de patatas. ¡Deberíais conocer el mate! Hay argentinos ilustres viviendo en España desde hace más de 30 años. Diseñadores, escritores, cantantes… ¡Es como si yo no conociera las lentejas!
Calamaro eleva la voz –parece enfadado de verdad– y cambia bruscamente de tema: “¡Y luego me dicen que está mal decirle a la gente que compre mi disco!”.
En una entrevista reciente en televisión, el músico se quejó por las bajas ventas en España de su último álbum, La lengua popular (2007). Dijo lo siguiente: “Es un disco donde yo hice mis deberes. Yo puedo aceptar que se vendan copias piratas de mi disco y puedo aceptar que la gente se copie mi disco gratis, pero no puedo aceptar que no esté entre los 30 discos más vendidos en España. Eso me hace pensar que es el público el que tendría que ir al diván. ¿En qué se equivocaron ustedes?”.
Pero es una realidad: cada vez se venden menos discos.
¿Y yo qué voy a decirles? ¡No compren mi disco! Es una estupidez. Quiero decir que Radiohead deben de tener un parking lleno de Ferraris y Rolls Royces con la cantidad de dinero que ganaron vendiendo discos. ¿Me lo vas a negar? Fueron los Pink Floyd de los 90. Y sin embargo, con su último disco vuelven a la práctica de pasar el sombrero en el metro. ¡Es una vergüenza! Si no fueran los Radiohead daría vergüenza. Es como imaginarse a John Coltrane colgando el Giant Steps en Myspace.
Pero es curioso que luego usted cuelgue en su blog vídeos piratas de sus actuaciones.
Es que yo no viajo a ningún lado sin mi macpollo [y señala a un ordenador Mac que hay sobre la mesa]. Pero no hay discusión posible. Cuanta más gente escuche tus canciones, mejor. Apreciaría también que mi música sólo la escuchara una pequeña elite de privilegiados. No me quedaría más remedio que asumirlo con orgullo y dignidad, y me llamaría a mí mismo un outsider. Y muchas veces me pasó. Yo me caí y me tuve que levantar. Soy como el Gato Félix, que renace de sus propias cenizas.
A Calamaro no le falta razón en una cosa: La lengua popular es un disco muy bueno. La mitad del álbum roza el sobresaliente, sacando su habitual genio melódico (Mi gin tonic, Carnaval de Brasil), sonando tan enérgico como sucio y arrabalero (Los chicos), interpretando emocionantes baladas (Soy tuyo) o construyendo estribillos por los que no pocos músicos superventas pagarían un riñón (La mitad del amor).
Quizás ‘La lengua popular’ ha pasado un tanto desapercibido porque... continuar nota aquí